En La mujer invisible se expone el cuerpo de una manera directa y clara. Figuras que enseñan su piel, y parte de su alma, a través de las relaciones, los afectos o sus ausencias. El discurso de la obra se mueve en el grupo como unidad, frente a individualidades con sus propios complejos. Las escenas son estaciones de parada, donde los cuerpos no parecen parar para repostar, sino para dejar ver alguna de sus partes, sin dar más claves.

Daniel Abreu